¿Son los plenos groseros el precio de la estabilidad?

En el pleno ordinario de marzo (nunca mejor dicho) dio lugar a momentos, amenazas y actitudes, que muchos no quisiéramos volver a mostrar a la ciudadanía.

No vamos a engañar a nadie, los plenos de Calp cada vez contienen más sainete que política. El inexistente debate y la polarización ruidosa que acompaña a una nefasta moderación, demasiado autoritaria, no ayudan a dignificar la gestión de los asuntos municipales. Lejos de atraer al gran público por el posible morbo, la mayoría se aleja y se desentiende por la vergüenza ajena que realmente suscitan.

El pasado lunes se intentaron tratar temas de interés municipal que acabaron perdiéndose en el debate berlanguiano que interesadamente han implantado desde el equipo de gobierno. Cualquier cosa que se plantea desde la oposición es vista como un ataque a la frágil soberanía surgida del pacto PP-C’s. La fantasmagoría de un enemigo común, que la alcaldesa ha proyectado sobre una oposición técnica, solvente y capaz, hace más por la coalición que las prebendas que reparte. Se ha convertido a los partidos de la oposición en el enemigo externo que hay que batir, en una perversa inversión de roles donde la alcaldesa fiscaliza la oposición en una actitud obcecada por ideas fijas, obsesivas y absurdas.

Cuando al pleno se elevan mociones que piden que el municipio suscriba subvenciones para mejorar caminos y sendas, la alcaldesa ve cortinas de humo. Cuando se quiere dirimir la titularidad (acreditable) de diversos terrenos sobre los que hay edificios dedicados al culto, la alcaldesa ve a la influencia de Podemos en el estado central (formación que actualmente ni siquiera tiene representación en Calp). Y, cuando al ayuntamiento se le plantea una salida digna, legal y mínimamente lesiva, ante el embrollo del Club Social, que, no lo olvidemos, está recurrido por Ecologistas en Acción por la imposibilidad de construir en la Red Natura 2000, la alcaldesa pasa directamente a amenazar con el escarnio público mediante el que pretende culpabilizar a la oposición ante la ciudadanía de boicotear sus “bonitos” y megalómanos proyectos.

Pudimos ver que el equipo de gobierno padece una inseguridad patológica que se materializa en la constante criminalización de cualquier asunto que desde los partidos de la oposición se señala como incorrecto, arriesgado o incluso ilegal. Llenando el debate con el cansino mantra de que las irregularidades son culpa de quien las denuncia y no de quien las comete. Una demagogia tóxica que no pasa indemne entre el electorado acrítico.

Todo esto llega a su máximo exponente en el momento en el que se tolera a determinados promotores, ya no el urbanismo a la carta, con soluciones tan provechosas como a medida, sino la defensa del equipo de gobierno ante el pleno de las acusaciones y descréditos que vierten esos mismos intereses particulares hacia los concejales que actuamos en la defensa de los intereses generales que prometimos defender en nuestro nombramiento.

En este caso concreto el ayuntamiento podría estar muy equivocado, los políticos responsables se han dejado regalar los oídos por quienes suscriben intereses en el asunto, pero poca responsabilidad pública. El lenguaje pseudo bélico que atacaba la labor de control de calidad que se está realizando es muy propio de juristas que son conscientes de una batalla perdida, pero necesitan justificar con términos grandilocuentes la no escasa minuta que igualmente le cobrarán a su cliente.

¿Es la política del sainete el precio que paga Ana Sala por la votos de Ciudadanos?

El mismo discurso pomposo lo utiliza la primer edil para exculparse en otras administraciones cuando los resultados no son los deseados: segundo instituto, modificación D13, pasarela sobre la N332, baños de la reina, convenio con las ambulancias, la lista de fracasos en tan amplia como las escusas y acusaciones hacia instituciones ajenas. Obviando casi siempre la herencia acumulada de 25 años de gestión popular, con sus errores y desaciertos.

La alcaldesa hace tiempo que ha abandonado el gobierno del municipio para hacer oposición a la oposición, emitiendo ruido demagógico y politizando la fruslería. Hasta cierto punto es entendible cuando la auto convicción de un enemigo externo te da la estabilidad que te han negado las urnas.

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